Más allá del trabajo II: Superinteligencia y el desafío de seguir siendo humanos
Hace unos meses escribí sobre la necesidad de mirar “más allá del trabajo” en una época en la que la inteligencia artificial (IA) acelera la automatización y vacía de sentido muchas ocupaciones. Hablaba del ocio creativo, de la renta básica universal (RBU), de la urgencia de recuperar el valor de la vida más allá de la productividad. Hoy quiero dar un paso más, inspirado por el inquietante video We’re Not Ready for Superintelligence (https://www.youtube.com/watch?v=5KVDDfAkRgc). Si entonces me preguntaba qué haremos cuando falte empleo, ahora me pregunto qué quedará de nosotros si la IA supera nuestra inteligencia.
El video parte de un informe prospectivo, AI 2027, y describe un escenario tan plausible como perturbador: sistemas que aprenden y se mejoran a una velocidad que escapa a cualquier regulación, con capacidad para rediseñar economías, manipular información y decidir objetivos sin intervención humana. No es ciencia ficción. Vemos ya algoritmos que escriben, pintan, programan, diagnostican. La diferencia está en la escala: una superinteligencia capaz de planear y actuar en todos los frentes, sin que podamos anticipar sus movimientos.
Mi post anterior ponía el acento en el trabajo como pilar de identidad. El video recuerda que la cuestión es más radical: no solo peligra el empleo, sino nuestra autonomía como especie. Si la IA define qué es valioso, incluso nuestro ocio, ¿será todavía humano el horizonte que nos propongamos? Aquí surge una primera conclusión: la defensa de la dignidad no puede limitarse a garantizar ingresos; debe incluir el control democrático de la tecnología.
La renta básica, que sigo viendo como imprescindible, corre el riesgo de ser un paliativo si quienes programan la superinteligencia concentran el poder. De nada serviría recibir un ingreso garantizado si las grandes decisiones –desde el clima hasta la cultura– estuvieran determinadas por algoritmos opacos. La justicia económica debe ir de la mano de la justicia algorítmica: transparencia, auditorías independientes, posibilidad real de decir no a ciertos usos.
También el ocio necesita una mirada nueva. Lo imaginé como espacio de creación y encuentro, pero el video me hizo ver que el ocio puede ser colonizado. Plataformas diseñadas por inteligencias superiores podrían moldear deseos y emociones con una sutileza imposible de detectar. El riesgo no es solo perder empleo, sino que hasta nuestro tiempo libre se convierta en un mercado de datos y dependencias.
Frente a estos desafíos, no basta con regular después de los hechos. Debemos deliberar antes de delegar. Que el diseño y la puesta en marcha de sistemas de IA incluyan procesos participativos; que los valores que guíen a la tecnología se decidan en foros abiertos, no en consejos de administración. En otras palabras, democracia técnica: un principio tan necesario como la separación de poderes en su momento.
Algunos dirán que exagero. Pero la historia de la técnica es también la historia de las sorpresas. La bomba atómica, las crisis financieras, las redes sociales son recordatorios de que el ingenio humano suele desbordar las previsiones. Esta vez, sin embargo, el margen de error es más estrecho: una superinteligencia desalineada no daría segundas oportunidades.
No se trata de rechazar la IA. Sería ingenuo y, en cierto modo, suicida: ya forma parte de la medicina, la educación, la lucha contra el cambio climático. Pero aceptarla sin condiciones sería igual de temerario. La cuestión decisiva es con qué brújula moral avanzamos. Y esa brújula no la puede programar un algoritmo; se forja en la cultura, en la política, en la espiritualidad, en la conversación pública.
En el fondo, el desafío es de identidad. Si el trabajo deja de ser el centro, ¿qué nos define? Si una superinteligencia toma las riendas de muchas decisiones, ¿qué significa ser libres? Tal vez, como sugería Sócrates con su “conócete a ti mismo”, la respuesta sea volver a lo esencial: cultivar una vida buena, no solo eficiente; fortalecer la amistad, la contemplación, la creatividad; educar la conciencia para no delegarla.
El futuro de la IA no está escrito. Pero tampoco se escribirá solo. La mejor defensa de nuestra humanidad es participar activamente en su diseño, exigir transparencia y mantener vivo aquello que ninguna máquina puede reemplazar: la capacidad de preguntarnos quiénes somos y para qué vivimos. Ese es el verdadero “trabajo” que nos corresponde ahora.
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