Más allá del trabajo: inteligencia artificial, ocio y renta básica

Durante siglos, el trabajo ha sido el eje estructurante de la existencia humana. Ha definido nuestra identidad, nuestro lugar en la sociedad, nuestras rutinas, nuestro valor percibido. En gran medida, ser humano moderno ha significado ser productivo. Pero ¿qué ocurre cuando la inteligencia artificial (IA), los algoritmos y la automatización comienzan a desempeñar con más eficiencia las tareas que hasta ahora justificaban nuestra presencia en la economía?

En este punto de inflexión, no hablamos ya del futuro, sino del presente. Asistimos al lento pero firme derrumbe de la era del empleo tal como la conocemos. Y si bien es comprensible el temor que esto genera, quizás estemos ante una oportunidad inédita: liberarnos del trabajo entendido como obligación, y recuperar el ocio como condición humana profunda, no como pasividad, sino como espacio para la creatividad, la reflexión y el desarrollo del espíritu.

Cuando el trabajo pierde sentido

Black Mirror, la serie distópica creada por Charlie Brooker, ha capturado con una punzante precisión algunos de los miedos y dilemas de este mundo que ya comienza a emerger. En el episodio "Fifteen Million Merits", los seres humanos viven en un encierro digital, pedaleando en bicicletas estáticas para generar energía y ganar “méritos” —una especie de moneda de cambio—, mientras consumen contenido sin parar y aspiran a salir de la rutina solo a través de un reality show. Es una metáfora brillante del trabajo vacío de propósito, reducido a función fisiológica del sistema. ¿Qué sentido tiene trabajar si la única recompensa es continuar trabajando?

Hoy en día, muchas ocupaciones reflejan esta lógica: empleos repetitivos, automatizados en lo emocional, vigilados por métricas y algoritmos. La IA no hace sino poner en evidencia lo que ya estaba ocurriendo: trabajamos sin saber por qué ni para qué, solo porque el sistema exige productividad sin pausa.

Una nueva economía del ocio

Paradójicamente, la misma IA que amenaza empleos puede liberar a las personas de la necesidad de realizarlos. Y aquí es donde el ocio —una palabra maltratada en el mundo moderno— debe ser rescatado. No como consumo pasivo ni distracción, sino como ese espacio ancestral donde los griegos reflexionaban sobre el bien, donde los artistas creaban, donde los filósofos meditaban.

Byung-Chul Han, en La sociedad del cansancio, advierte cómo nos hemos autoimpuesto un modelo de vida basado en el rendimiento constante, sin espacio para la pausa, la contemplación o el no-hacer. Si la IA puede sustituir el trabajo instrumental, entonces quizás el mayor desafío sea recuperar la dimensión inútil de la vida: aquella que no produce, pero que da sentido.

En "Nosedive", otro episodio de Black Mirror, la protagonista vive obsesionada con su calificación social digital, una suerte de "Uberización" de las relaciones humanas. Lo que importa no es ser, sino parecer. No es vivir con libertad, sino comportarse como el sistema espera. Este capítulo revela una sociedad hiperconectada, donde incluso el ocio ha sido capturado por la lógica del rendimiento y la reputación. ¿Tendremos la valentía de defender un ocio libre, improductivo, humano?

Renta básica: una herramienta de transición y justicia

La Renta Básica Universal (RBU) aparece aquí no como una utopía extravagante, sino como una propuesta concreta ante la transformación del trabajo. Un ingreso incondicional permitiría garantizar la dignidad básica de todas las personas en un contexto donde el empleo será cada vez más escaso, o al menos más inestable. Sería también una forma de reconocer que el valor de una vida no puede medirse únicamente por su productividad económica.

Lejos del prejuicio de que desincentiva el esfuerzo, diversos experimentos han mostrado que quienes reciben una renta básica tienden a emprender, estudiar o dedicarse a cuidar —actividades esenciales que hoy son invisibles en la economía de mercado. En un mundo donde la IA puede producir riqueza con mínima intervención humana, no es una locura pensar que parte de esa riqueza debe redistribuirse para sostener una sociedad más equitativa y habitable.

El episodio "Smithereens", en el que un conductor secuestra a un empleado de una red social para gritarle al mundo cómo la tecnología ha arruinado su vida, expone con dramatismo una verdad profunda: la disonancia entre el avance tecnológico y el vacío existencial. No es suficiente con automatizar tareas; necesitamos automatizar injusticias, liberar tiempo y devolverle al ser humano su centralidad.

Recuperar el propósito

Cuando el trabajo ya no sea lo que da sentido a la vida, necesitaremos otras fuentes de sentido: la comunidad, la creatividad, la educación, el arte, la espiritualidad, la relación con la naturaleza. Viktor Frankl sostenía que el ser humano no puede vivir sin sentido, incluso en los contextos más difíciles. Quizás la era de la IA nos obligue, por fin, a responder una pregunta que postergamos hace siglos: ¿para qué vivimos?

La transición no será sencilla. Habrá resistencias, desigualdades, desajustes. Pero también puede ser una de las oportunidades más luminosas de nuestra historia: liberarnos del mito de que solo valemos si trabajamos, y construir un mundo donde valemos simplemente por existir, por cuidar, por crear, por amar.

La inteligencia artificial puede ser el principio del fin del trabajo forzado. O el inicio de una nueva esclavitud digital. Dependerá de si elegimos acompañarla con políticas justas, con visión filosófica y, sobre todo, con una apuesta radical por lo humano.

Para los y las que quieran profundizar en este tema, les dejo el siguiente video: 

https://www.youtube.com/watch?v=L1U2haTj-Ws

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