Recuperar el ocio creativo: trabajar para ser más humanos
Nos levantamos cada mañana con un despertador —o con la vibración del teléfono— que nos recuerda la lista infinita de notificaciones. Al cerrar el día sentimos que apenas queda energía para algo que no sea otra pantalla. Y, sin embargo, la misma tecnología que extiende la jornada está abriendo una oportunidad inesperada: recuperar el ocio creativo como parte esencial del trabajo, no como su contrapunto culpable.
Cuando la semana de cinco días ya se queda larga
En los dos últimos años, cientos de empresas británicas han decidido mantener de forma permanente la semana de cuatro días tras probarla durante medio año. Directivos y plantillas coinciden: la productividad se sostiene o sube, el absentismo cae y la rotación se desploma. No son cooperativas idealistas, sino agencias de márketing, despachos legales y firmas de tecnología que compiten a escala global. ¿Qué descubrieron? Que la concentración enfocada vale más que la presencia interminable y que el tiempo libre añadido regresa al lunes como motivación y creatividad.
Al mismo tiempo, uno de los distritos públicos que ensayó la medida en Inglaterra reportó descensos notables en bajas médicas y un aluvión de candidatos para cubrir vacantes. El gran freno, paradójicamente, no es la productividad: es la costumbre cultural que identifica valor profesional con horas visibles.
El costo de la desconexión interior
Si el siglo XIX medía el progreso en toneladas de carbón y el XX en líneas de montaje, el XXI debería medirlo en capacidad de atención. Pero la realidad no es halagüeña. La edición 2025 del informe State of the Global Workplace revela que solo un 21 % de los empleados del planeta se siente comprometido con lo que hace. La factura de esa apatía supera los 8 billones de dólares, algo así como el 9 % del PIB mundial. En otras palabras, trabajamos más horas de las necesarias para producir menos valor del que podríamos, y el mundo lo paga en estrés, divorcios y facturas médicas.
Esta es la paradoja de la Cuarta Revolución Industrial: algoritmos capaces de diseñar rutas logísticas o escribir código en segundos conviven con humanos que se sienten cada día más exhaustos y menos inspirados. Hemos automatizado tareas, pero no hemos liberado al trabajador; simplemente hemos empujado el límite hacia la noche y el fin de semana.
El ocio que genera valor
Los romanos distinguían otium (tiempo para la lectura, la amistad y la reflexión) de negotium (la negación del ocio, los negocios). La modernidad industrial fusionó ambos y nos convenció de que “estar siempre ocupados” era sinónimo de virtud. Sin embargo, toda gran innovación de la historia —del telescopio al jazz— nació en periodos de fertilidad creativa que requieren espacio interior. Creatividad y ocio son aliados, no enemigos.
Las empresas que han reducido la jornada reportan un efecto “boomerang”: la gente utiliza la tarde libre para dormir, aprender un idioma, practicar música o simplemente pasear, y al volver trae ideas más frescas, menos errores y mejores relaciones de equipo. La ECU (energía creativa útil) sube mientras las métricas tradicionales se mantienen. No se trata de producir menos, sino de producir mejor.
Derechos del siglo XXI: apagar y reiniciar
Para hacer del ocio creativo una realidad y no una anécdota de titulares necesitamos un nuevo marco de garantías:
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Derecho a desconexión digital. Varios países europeos lo han legislado ya: fuera del horario no hay correos ni chats obligatorios.
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Indicadores de bienestar híbridos. Combinar KPI de negocio con métricas de salud mental y aprendizaje continuo.
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Sabáticos rotativos. Permitir descansos prolongados, financiados colectivamente, que vuelvan a la empresa en forma de habilidades y redes nuevas.
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Participación en la gobernanza digital. Si el software asigna tareas, los trabajadores deben poder auditar los criterios.
El papel de cada actor
Empresas: medir resultados, no presencia, y asumir que la creatividad paga las nóminas a medio plazo.
Sindicatos: defender el ocio como condición de calidad, igual que se defendió la jornada de ocho horas hace un siglo.
Estados: incentivar fiscalmente la reducción de tiempo sin pérdida salarial y proteger a los freelance de la tiranía del “siempre disponible”.
Individuos: aprender a decir que no. A veces la revolución empieza cerrando el portátil a tiempo.
Un pacto con nuestra parte creadora
Recuperar el ocio creativo no es un capricho pospandemia; es el eslabón que falta para que la cadena de progreso tecnológico se traduzca en progreso humano. El mandato bíblico de cultivar y guardar la tierra incluía implícitamente el descanso del séptimo día. La ciencia moderna confirma que el cerebro necesita fase de reposo para consolidar memoria y producir conexiones novedosas.
Trabajar para ser más humanos significa, por tanto, liberar horas para cultivar aquello que ninguna máquina puede replicar: la imaginación, la empatía, el relato que tejemos sobre nosotros mismos. Cuatro días pueden bastar si los usamos bien. El reto no es técnico; es cultural.
La próxima vez que un algoritmo programe una entrega o que una reunión amenace con invadir la tarde, recordemos que productividad sin persona acaba devorándose a sí misma. Y pregúntate: ¿qué idea, qué melodía, qué amistad podría nacer en esas horas que decides guardar? Ahí, justo ahí, empieza el ocio que hace que el trabajo vuelva a dignificarnos.
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