Sentidos en pausa: cuando el cuerpo habla más fuerte

¿Qué ocurre cuando los sentidos que nos conectan con el mundo dejan de funcionar? ¿Qué sucede cuando algo tan cotidiano como oler el café, escuchar una voz o saborear una fruta se convierte en un recuerdo difuso?

Esta semana, mi cuerpo decidió ponerme en pausa. Una operación de nariz, un gusto que desapareció, una sordera súbita y un zumbido incapacitante me llevaron a pensar —más que nunca— en nuestra vulnerabilidad sensorial. Pero también en la belleza de los sentidos cuando se recuperan. Y en cómo, incluso desde la cama, una película puede hacernos sentir que estamos vivos.

El martes, por segunda vez en mi vida, me operaron la nariz. ¡Nací rinítico! Sensible a los ácaros, al frío de la mañana, a los olores fuertes, a los pelos de animales… Cero y van dos, ¡y espero que sea la última!

En el posoperatorio valoré muchísimo a las personas que necesitan oxígeno de forma permanente. Como no podía respirar por la nariz, solo por la boca, el oxígeno reseca de forma muy molesta toda la boca y las cavidades cercanas. Sentí con fuerza una gran vulnerabilidad y me compadecí profundamente de quienes enfrentan enfermedades mucho más complejas que la mía.

Pero lo más llamativo de estos días de convalecencia fueron algunas películas y videos que vi.

Me vi los cuatro capítulos de La luz que no puedes ver. Impacta cómo, a través de la voz, podemos conectar profundamente con otros. La radio transmite la voz del profesor y luego la de Marie. No se conocen físicamente entre Werner, Marie y el profesor Etienne, pero se establece una relación tan íntima que parece que se conocieran de toda la vida. Cuando una persona padece ceguera, se sabe que desarrolla una sensibilidad especial en otros sentidos. En este caso, el oído y el tacto —pero principalmente el oído— compensan la pérdida de la visión.

En un episodio, Etienne tiene un diálogo con Marie en el que parece olvidar que ella es ciega, no sorda. Su padre le hace notar esto, y es un momento que refleja cómo los sentidos pueden ser confundidos, incluso entre quienes más cerca están. También es impresionante la maqueta que su padre ha elaborado, para que ella pueda moverse con soltura por la ciudad. La ubicación espacial que desarrolla es tal, que es capaz incluso de disparar un arma con total puntería, pronunciando una frase que ahora no recuerdo bien.

Esto conecta con mi vivencia personal de estos días. A raíz de la operación de nariz, perdí completamente el sentido del gusto. Dos sentidos que están profundamente conectados. Los sabores no llegan solo por la boca: llegan por el olfato. Al estar completamente tapada mi nariz, todo sabía a poco. La lengua puede distinguir entre dulce, salado, ácido y amargo, pero no puede discriminar sabores complejos. Ayer me quitaron los tapones y el gusto volvió a mí. Hoy, la comida ya sabe a algo.

Pero, desafortunadamente, también sufrí una sordera súbita en un oído. Para completar este recorrido sensorial, he explorado ahora la sensación de estar sordo. Me costaba más entender lo que decían los demás. Ayer, aunque ya desapareció, tuve un tinnitus muy molesto. Un zumbido que paraliza, que aísla… Lo que más me aterra de todo esto es pensar en no poder escuchar música. A las personas uno puede leerles los labios, pero la música solo se puede escuchar, al menos en mi caso, que no soy músico. ¡Qué frágiles y vulnerables somos! En un instante, todo puede cambiar. Algo esencial puede desaparecer y transformar completamente nuestra experiencia del mundo.

Ayer empecé a ver The Fabelmans. Me parece que, para cerrar esta reflexión, conecta perfectamente con el tema de los sentidos. La experiencia del cine es una experiencia sensorial, que involucra todos los sentidos, incluso el tacto, el olfato y el gusto. La cámara es capaz de transmitir esto y mucho más: incluso los sentimientos, y más aún, aquellos que no se declaran explícitamente. La cámara lo registra todo. Es el arte que más sentidos activa, y eso es lo que Spielberg intenta mostrarnos: cómo lo cotidiano, lo aparentemente anodino, merece ser contado. Porque en lo simple, está lo humano.

A veces, basta un leve colapso de nuestro cuerpo para recordarnos lo esencial. Que respirar, oír, saborear, tocar… son dones que damos por hechos hasta que fallan.

El cine, como la vida, nos invita a mirar con más atención lo invisible, a escuchar lo que no se dice, a saborear lo cotidiano como un lujo. Spielberg nos muestra que hasta lo aparentemente insignificante merece ser contado.

Y yo, desde esta pausa sensorial forzada, lo confirmo: todo lo que sentimos nos sostiene. Y cuando los sentidos regresan, es como volver a nacer… un poco más conscientes, un poco más humanos.

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