"El arte de la fragilidad" por Alejandro Toro

Apreciado Jorge: Te cuento que he terminado la lectura del libro "El arte de la fragilidad" de Alessandro D'avenia. El libro me ha cautivado desde el principio, por su enfoque en la educación de los jóvenes, propiamente de los adolescentes. Es un campo que compartimos tanto el autor, como tú y como yo, pues sabrás que que estuve trabajando como profesor y asesor de estudiantes adolescentes durante 9 años: una experiencia inolvidable. Aunque actualmente no estoy trabajando en docencia, sigo desempeñando en cierta manera mi labor en la formación de jóvenes.

Quiero contarte un par de frases que me marcaron y que, efectivamente, refuerzan mi vocación de servicio a los jóvenes; empiezo con esta: [A los adolescentes] “les hemos dado todo aquello que se precisa para disfrutar de la vida, pero no les hemos dado una razón por la que vivirla. Hemos confundido la felicidad con el bienestar; los sueños, con el consumo”. En mi caso personal, durante las clases o las asesorías que di, por el afán de cumplir, por el mismo ritmo que marca la vida o por la falta de paciencia ante los procesos de los jóvenes, llegué a experimentar que en algunas ocasiones era más rápido darles servido el pan, pero no enseñarles la razón del por qué es mejor aprender a cocinar el pan. Queremos que sean estudiantes de 10 (como mayor calificación académica) en matemáticas, historia, inglés, sociales… pero pocas veces les ayudamos a descubrir un horizonte más allá de esa calificación, y pensamos – muchas veces con una visión de corto plazo – que realmente los estamos formando conformándonos con resultados que se ven en un papel, pero olvidamos el proceso que queda en el alma, ¿no te parece?

Otra frase que me hizo reflexionar, muy similar a la anterior, es: “Los adolescentes no provocados por la vida, no colocados frente a las razones para darse, sino solo ante propuestas para consumir, no consiguen percibir el gran desafío que llena una vida de sentido”. Me hizo preguntarme y te pregunto a vos: ¿nosotros les hacemos propuestas a los jóvenes que los lleve a plantearse grandes proyectos, grandes sueños, grandes ideales? Creo que cabe otra pregunta: ¿cómo hacerlo? Sabemos que hay tantas necesidades de las personas del mundo y tan pocas manos que puedan ayudar, pero ¿cómo podemos despertar a la juventud para que, en medio de su fragilidad, se decidan a hacer cosas llenas de sentido por los demás y que los llene, a su vez, a ellos?

Creo que es difícil que encontremos solo una respuesta a esta pregunta, pues seguramente hay muchas. Pero hasta el mismo D'avenia nos puede responder con esta frase que, por lo menos a mí, me ha llenado de inspiración para seguir luchando con esperanza y alegría: “genera vocaciones solo el que ha encontrado la suya y la vive". Vivirla no solo es aguantar y esperar; es estar convencido, dedicado con todas las fuerzas a servir a tantas personas que nos están esperando y necesitando; como dicen en nuestra tierra: “darlo todo” y “dejarse la piel”.

Termino estas letras con la última frase que me marcó. Creo que ella habla por sí sola. Aunque, si quieres, la conversamos con un helado de chocolate que tanto te gusta: “Las personas que reparan el mundo son aquellas que aman aquello que hacen, independientemente de la grandeza de lo que hacen".


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