El Padre. Película de Florian Zeller

Una obra maestra de teatro. Aclaro que no es una frase despectiva, todo lo contrario, es un halago: no me cabe la menor duda de que es así. Solo espero que todos aquellos que hayan visto o vean la película lleguen a esta misma conclusión. Lo que ha hecho Florian Zeller, en la que es su opera prima, es una obra maestra. 

Por qué digo que es teatro, por dos razones básicamente: en primer lugar, porque buena parte de la película se desarrolla en un solo escenario, un apartamento. Si bien hay algunos otros pocos lugares en la película, la mayor parte de tiempo estamos allí, entre la cocina, la sala, la habitación, la ventana de un apartamento. En ese sentido me ha hecho recordar películas como Doce hombres en pugna, La soga o La ventana indiscreta, solo por mencionar algunas. Cuando en el cine un director plantea una película de esta manera es porque quiere que resalten dos elementos claves en la cinematografía: el guión y la actuación. En cuanto al primero, puedo decir que es una película que desde el comienzo te atrapa: es como si estuvieras viviendo allí, con Anthony y su hija, Anne, y por más que vayas perdiendo un poco la paciencia ante la enfermedad de Anthony, quieres saber cómo termina aquello, qué está pasando realmente, cuál es la realidad de los acontecimientos. Para darle ritmo, y que no se quede solamente en unos diálogos sin más, el director apela a la no linealidad de los hechos: allí hay distorsiones, confusiones, atemporalidades, etc. que aunque parezcan desconectados van teniendo un desenlace lineal con el desmonte progresivo del apartamento (el cuadro en la pared que en un momento dado desaparece...) y en el que al final todo recobra sentido, con un cierre lógico, coherente, por parte del guión. Con un escenario así, es una película que requiere de pocos actores: en realidad es un reparto de 5 actores, donde el eje central lo asumen el papá y la hija, los demás son actores muy secundarios; algo también, en ese sentido, muy propio del teatro.     

La segunda razón tiene que ver con la calidad de la actuación. La actuación de Anthony Hopkins es magistral. Desde el punto de vista actoral es perfecta. Después de ver esta película no cabe duda de que es uno de los grandes actores de la historia del cine y que ha sido muy merecido el Oscar que se le ha concedido por su papel en este filme. Las grandes actuaciones del cine, a mi modo de ver, se han dado con interpretaciones de enfermos mentales o personas con limitaciones físicas. Valga recordar a Geofrey Rush en Shine, Al Pacino en Perfume de mujer,  Dustin Hoffman en Rain man o, un más reciente, Eddie Redmayne en La teoría del todo. En esta ocasión nos encontramos frente a un hombre mayor, con una demencia senil acompañada por la pérdida de la memoria, con obsesiones como la del reloj y en una lucha constante por no perder su libertad, su autonomía (esa mirada por la ventana viendo a un niño jugar libremente, es significativa). La escena final, en esa mezcla de ternura y compasión, de un adulto que se hace como un niño, es memorable. Olivia Coleman, en su papel de Anne, con su casi constante camisa azul, hace un muy buen complemento a la actuación de Hopkins. 

Pienso, finalmente, que la película lleva a una reflexión sobre la vejez. Ese momento en la vida al que posiblemente llegaremos todos. Una película que nos lleva a ponernos en los zapatos tanto del anciano como de las personas que con él conviven, en este caso de la hija y la cuidadora. Es probable que muchas personas se identifiquen en estos momentos con la situación que allí se propone, no es una situación atípica: la disyuntiva entre la compañía y el cuidado del otro vs el desarrollo de la propia vida. O esas personas que dedican su vida, profesionalmente, al cuidado de los demás ¿Cómo será nuestra vejez? no lo sabemos, pero lo que sí es claro es que quisiéramos, si fuera posible, no llegar a perder la conciencia, esa conexión permanente con la realidad. Por qué, porque no quisiéramos hacerle la vida difícil a las personas que amamos y estarán cerca de nosotros en esos momentos. Anthony está en su realidad, pero Anne también está en la suya.

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