Bits y portafolios: el trabajador de la tercera revolución
Cuando apagamos las chimeneas y encendimos los microchips, el trabajo dejó de oler a carbón para oler a plástico nuevo. La Tercera Revolución Industrial —electrónica, informática personal, telecomunicaciones, internet— no solo cambió las herramientas: cambió la forma en que nos pensamos como trabajadores. Si la fábrica había separado a la persona del fruto de su tarea, el computador prometió reconciliarnos con la obra: diseñar, programar, investigar, componer. Pero también impuso dilemas inéditos: ¿quién soy cuando mi “taller” cabe en una pantalla y mi empleo depende de redes invisibles? La transformación fue triple: Primero, cambiaron las herramientas . Pasamos del torno y la prensa al procesador de texto, la hoja de cálculo y el código. La palanca dejó de ser de hierro para ser lógica. En apariencia, ganamos autonomía: ya no hacía falta un edificio con sirena para producir; bastaba una computadora y conexión. Surgió la figura del “trabajador del conocimiento”: su capital es el sabe...